Un post de la serie Pensamientos abiertos.
La idea de que los alumnos sean esclavos de sus propios datos me ronda a la cabeza desde hace un tiempo. La frase hecha «eres esclavo de tus palabras y dueño de tus silencios» se convierte en nuestra sociedad de los datos en «eres esclavo de tus interacciones y dueño de tus desconexiones». Nunca mejor dicho, puesto que cada vez más las empresas (de cualquier contexto) utilizan nuestras interacciones para guiar sus negocios, sus decisiones, sus campañas de marketing, sus nuevos productos… y finalmente guiarnos a nosotros. No es tiempo de hablar de sesgos cognitivos…
Traspasando la frontera hacia educación, los alumnos no se salvan del análisis de sus interacciones. Almacenadas en un log, el profesor tiene armas para defender su postura en cuanto a una evaluación, mucho más objetiva y basada en evidencias de aprendizaje. Además tendrá la posibilidad de mejorar su tutoría, puesto que tendrá datos que le indiquen comportamientos excelentes, otros inadecuados, algunos indeseados o incluso contraproducentes para el alumno -si es que el profesor tiene la capacidad para dictaminar qué es contraproducente para el alumno-.
En ambas situaciones anteriores – evaluación y tutoría – los datos ya juegan un papel fundamental ante la toma de decisiones del profesor. Por consiguiente, estamos ya ante un escenario en el que la analítica del aprendizaje muestra el comportamiento del alumno en entornos online y el profesor lo utiliza para mejorar como guía. A la inversa permitirá al alumno adoptar una posición proactiva ante su aprendizaje. De esto hablaré en otra entrada.
Este comportamiento del alumno es medido en cuanto a interacciones en el entorno virtual de aprendizaje. En consecuencia, se puede observar analíticamente de qué forma interactúa con las distintas actividades o recursos, cómo afronta las distintas tareas, cómo analiza la información presentada, de qué manera consume los contenidos, cómo prepara la entrega de las actividades, cuál es su modo de operación al iniciar un curso, cómo procede a medida que avanzan los temas, qué contenidos consulta o como repasa los recursos antes de una evaluación, cuál es su tono en los debates, qué nivel tiene de intolerancia, participación o dinamización resultante de su interacción en los foros… incluso puede saberse si el alumno trabaja de forma constante o hace empujones a lo largo del curso.
Con lo anterior se obtiene un snapshot fidedigno de lo que se hace y se consume en entornos digitales. O sea, la analítica del aprendizaje ofrece una absoluta transparencia de lo que hace un alumno ante los ojos del profesor -so pena de que el alumno se comporte siempre de forma deliberada para tergiversar sus interacciones, lo llamado Learning Analytics Hacking-. Es en este sentido que para los alumnos sus datos serán su esclavitud y el profesor el gran hermano, que todo lo ve y es el único que pregunta.
Si se tratan los datos como un polígrafo de la verdad, ante el cual los alumnos deberán defender su posición ante preguntas del profesor, estamos limitando el potencial de los datos, e incluso insultando a los propios alumnos. La tarea de un profesor no es ser un interrogador o un inspector del comportamiento de sus alumnos. El uso de los datos no debe limitarse a los profesores.
Los datos ofrecen la posibilidad de conocer al alumno y los datos provocan preguntas. Estas preguntas deben ser inquisitivas -y respetuosas- pero orientadas a la resolución de situaciones en pro del alumno. Por poner un ejemplo, una encuesta de calidad puede ser adaptada por la analítica del aprendizaje y contener preguntas genéricas como preguntas específicas según conclusiones del análisis -que ayuden a discernir posibles soluciones-. Por consiguiente, los datos pueden provocar una serie de preguntas que los alumnos podrán responder en la evaluación y tutoría. Por otra parte, y considerando la parte de la privacidad, ¿el alumno debe responder a todas las preguntas? ¿Cuáles son los límites de indagación de los profesores?
Si bien los datos pueden provocar situaciones inquisitivas, es el profesor el que debe recurrir a los datos principalmente para guiar, aconsejar, recomendar, indicar, avisar, alertar e incluso advertir al alumno. Ante este comportamiento del profesor el alumno deberá dar explicaciones para aclarar, matizar, indicar, subrayar con el objetivo de ayudarse a sí mismo y no a defenderse. La analítica del aprendizaje es una herramienta social y no de esclavitud educativa.